domingo, 15 de marzo de 2009

RELATOS POR ENTREGAS (IV): CIENTO DOCE DÍAS

El médico volvió a las tres horas y su cara me trasnporto de nuevo a la habitació, al sonido de los aparatos y al olor de aquel hospital, aquel olor que impregnaba mi cuerpo meticulosamente.

― Buenas tardes señora Zinnerman. El diagnóstico es peor de lo que nos esperabamos y no la quiero engañar. Podria haber una pequeña metastasi en el pulmó, aunque sólo se podría ver su importancia in situ, en una operació. Le podriamos reservar quirofáno para mañana por la mañana. Sienteo hablarle tan francamente pero ahora no se puede ir usted así a su país.

La notícia me dejo totalmente descolocada, se habían cumplido todas mis predicciones intuitivas más pesimistas y no quería darme cuenta, no quería entenderlo lo que aquel médico me estaba explicando. Ya no tenía otra solución que qudar-me aquí.

― De acuerdo, de acuerdo, no me explique nada más. Para mañana― mis palabras no fueron demasiado correctas, le estaba devolviendo sin razón mi rabía, mi desesperación, me sentía fatal, me acababan de hundir. Las notícias malas nunca llegan solas. Una metastasis, ¿que quería decir eso? Mi cuerpo estaba irreparablemente cobijando a un destructor en potencia de mi organismo, mis organos empezaban a ser víctimas de ese cáncer y todo fallaría en poco tiempo. No tenía ya esperanzarme con una posible curación.¿ Cuánto tiempo me queda?, ¿Por qué yo?.

El médico inició su marcha de la habitación sin decir nada más. De mi boca salió un:

― Perdone doctor, muchas gracias por todo.

Desde aquel momento intenté concentrarme en olvidar el día siguiente. Me pusé a repasar mentalmente la documentación que Enrique me había preparado para el congreso, como si al día siguiente me tuviera que presentar allí, tenía que buscar una escapatoria, tenia que refugiarme en algo que me hiciera no pensar en todo aquello y el trabajo, la ilusión con que había viajado a Barcelona me proporcionaron una excusa perfecta para cubrir con una capa de inconsciencia lo que me comía por dentro.
El teléfono móbil que descansaba también sobre la mesita me sobresaltó con su sonido. Era Roberto:

― Hola ¿Cómo estás?. ¿Hay novedades?
― Lo siento Roberto, pero en estos momentos no me apetece mucho hablar. Estoy atrapada aquí, no puedo volver a Montevideo. Mañana me operan de urgéncia. Estoy aterrorizada, esta situación me ha superado― ya no me quedaban fuerzas para seguir hablando sin echarme a llorar.
― Pero Alexandra― un silencio en el otro lado del auricular ― me hubiera gustado tanto estar allí a tu lado, contigo, lo siento, tienes que ser fuerte. Los dos sabemos que tú eres muy fuerte. Cómo has sabido superar todas esas cosas desagradables que nos han pasado juntos, siempre has demostrado tú carácter optimista i ahora no es el momento de perderlo. Ya sabes que estoy a tu lado, que todavía te quiero.

Una connexión empática recorrió la distáncias entre los dos aparatos a miles de kilometros de distancia.
Roberto volvió a hablar:
―Mira Alexandra, he localizado a Nora y le he dado tus datos y tu teléfono. Me ha comentado que no hay ningún problema, que te puedes instalar en su casa si quieres, todo el tiempo que necesites. Si puede hoy por la tarde te vendrá a ver. No te preocupes ahora por nada. Tienes que pensar que todo irá bien. Cuidate. Adiós― no entendía las molestias que se tomaba Nora conmigo, no nos conocíamos y yo estaba casada con su exnovio, pero aquel no era el momento de buscar respuestas.
Ya era tarde, la enfermera había traido una cena ligera y me había dado unos comprimidos para el dolor.
Alguien picó a la puerta.
Una mujer con un vestido veraniego de tirantes entró. Su piel bronceada y su melena rizada, venian emmarcadas por unas facciones casi perfectas aunque quedaba claro que había dejado atrás su juventud.
Fue una sorpresa ver aparecer a aquella mujer y oirla hablar como si nos conocieramos de toda la vida.

No hay comentarios:

Publicar un comentario