3 de abril del 2012.
6.15 a.m. Me despierto ya sometida por la pantalla del despertador y se adhiere a mis minutos la sensación de que otro día más transcurrirá en su mayor parte delante de una pantalla, delante de un ser de otra dimensión, que domina (vomitando información, consultas, imágenes...) y que en algunos casos no me permite ejercitar debidamente la noble y saludable acción de pensar, anulando toda oportunidad o/y opción de inspiración, de imaginación.
Salgo de casa.7.40 a.m. y me introduzco en el dominio del transporte público con sus pantallas de horarios, de anuncios (números y horas....). Al subir al tren, otro mundo de pantallas se presenta ante mí: í-phone, e-readers, smarthphones, portátiles, netbooks, i-pads.... Es un mundo con caras de concentración, de tristeza, de perplejidad, de sueños abstractos, de alienación aunque tengan 700 amigos en cualquiera de los chats abiertos, de superficialidad; una impresión que dura mi trayecto sin ninguna otra cosa agradable o viva que memorizar.
Sin esa humanidad que denotan las situaciones entrañables.
8.30 a.m. comienza una jornada laboral partida y con la compañía de siete ordenadores, llenos de datos, cifras, complicidades matemáticas y ventanas que se abren y se cierran, el factor de relación personal marca la diferencia durante instantes, minutos (aunque hay veces en que la persona que se dirige a ti ni siquiera levanta la mirada de la pantalla que sostiene su mano, que ni siquiera te habla mientras se comunica por el móvil con una conversación insulsa y te sientes olvidado, cómo si tu presencia allí fuera totalmente innecesaria, una sensación de vacío y de no existir rellena el momento) pero dependemos tanto de las pantallas que sin ellas no tiene sentido nuestro triste trabajo.
8.30 p.m. fin de la jornada laboral y vuelta a la calle, al mundo, a respirar una vida contaminada de radiaciones cambiantes, que ni siquiera depende ya de nosotros mismos, que ni siquiera nosotros ya concebimos no inspirar este aire viciado. Mientras otra gente se divierte y se distrae supuestamente en los gimnasios delante de una monitora virtual que entrega insípidas tablas de fitness desde las alturas, desde otra pantalla que ilustra a una masa que se apaga por no poder compartir ese momento con una persona de carne y hueso, con una persona que suda y se acelera, que te hace vibrar, el resto del mundo se aferra a su blackberry y comenta lo que le ha pasado durante el día sin ni siquiera pensar que es mucho más interesante ver a esas mismas personas en directo, poder tocarlas, en un lugar especial, en un lugar que compartir, que vivir en este espacio-tiempo que nos ha sido concedido y que tantas veces no valoramos suficiente.
"Poned sobre los campos
ResponderEliminarun carbonero, un sabio y un poeta.
Veréis cómo el poeta admira y calla,
el sabio mira y piensa...
Seguramente, el carbonero busca
las moras o las setas.
Llevadlos al teatro
y sólo el carbonero no bosteza.
Quien prefiere lo vivo a lo pintado
es el hombre que piensa, canta o sueña.
El carbonero tiene
llena de fantasías la cabeza".
(Proverbios y cantares, XXVI)
¡Viva quien prefiere lo vivo a lo pintado en las pantallas!"