miércoles, 23 de enero de 2008

EN LA SALA DE TORTURAS LIGERAS

Para todo hay una primera vez y mi primera vez en la sala de las torturas ligeras fue decepcionante, muy decepcionante.
El mundo cambió de situación, entré en otra dimensión, en la dimensión en la que el único músculo que no se mueve, que no se ejercita (a primera vista) es el cerebro; si así se le puede definir, no sin falta de sarcasmo.
Y no estoy hablando de ningún antro de perdición de los nuevos escritores, que ya me gustaría a mi gozar de un Café Gijón o de un 4 Gats, al más puro estilo del siglo XXI, donde conversar, divagar y viciarse con las charlas de poetas y prosistas. No, estoy hablando de la sala de máquinas de mi gimnasio.
Ya os podéis imaginar a Homeless disfrazado de deportista de ciudad (porque nunca me he considerado deportista, sólo una cabra que tira al monte y disfruta del paisaje) entrando por la puerta y horrorizandose nada más, atravesar el umbral.
Toda una serie de cuerpos en el suelo y encima de las máquinas de tortura ligera más inverosímiles para mi, intentando coordinarse y martirizarse para perder unas calorías y tener unos cuerpos DANONE (viva la vigorexia) con el sonido espectral de las máquinas como hilo musical.
Y os preguntareis que hacia un animal de blog en tal berenjenal. Yo nada más me había propuesto hacer unos cuántos kilómetros de bicicleta estática antes de meterme en la piscina como parte de mi entrenamiento semanal para mantenerme mínimamente en forma.
Pero la impresión fue brutal y ya desde el primero momento, quise no haber entrado nunca por esa puerta y esfumarme con un clic. Pero no, tuve que sortear todo tipo de máquinas imposibles y de personas deportizandose, sintiéndome como pingüino en arena y al fin, al fondo, escondida la única bicicleta que quedaba libre y yo que me dispongo a deportizarme también.
Pero ante mí, la duda me asaltó de nuevo ¿cómo funciona esta máquina? porque para un ser de la Edad de Piedra, tiene su qué. En la pantalla: programa manual, automático, con control cardiaco, peso, tiempo, calorías....Tanto botón. Después de una larga exploración, escogí un programa manual de 20 minutos, intensidad 5 y me puse los cascos. Quique González desde el cd, con su “La vida te lleva por caminos raros” se unía a mi pedaleo. No era el mejor compañero para este momento y no me ayudaba a desconectarme del triste paisaje humano que contemplaba reflejado en la ventana, mientras en la calle la noche inmensamente negra me descubría a la mujer cargada con las bolsas del supermercado que se para a descansar cinco minutos antes de continuar su camino de subida, al ciclista solitario que veloz atraviesa la calle y al hombre que busca en el container, con sus equilibrios de gimnasta apagado. Todos ellos ejemplos duros de una siempre presente contradicción.
Desande el camino y salí por la puerta de puntillas. Al bajar las escaleras hacía el vestuario me sentí ya mejor. El sonido de las máquinas quedaba atrás, contenido y parapetado por la puerta.
En resumen: 20 minutos después de un programa de bicicleta estática, camiseta sudada, piernas destrozadas, 13 calorías gastadas según el monitor, que no dan ni para disfrutar de una cerveza fresca. Y ya otra vez con el bañador enfundado, gafas y gorro, una extraña sensación de desubicación y desamparo que llevarme al agua.

2 comentarios:

  1. Me gustan poco los gimnasios, aunque seguro que tienen su función. Prefiero claramente el aire libre (sobre todo para jugar a fútbol :-p). Sólo me enganché un tiempo al tapiz rodante para correr, con música y todo (siento la blasfemia, jucasel...)

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  2. Homeless, cada día escribes mejor... se me cae la baba.
    En cuanto al gym, yo sólo puedo con las clases dirigidas que se parezcan al máximo al baile y me dejen disfrutar de la música, aunque sea "Barbra Streisand" a la vez que quemo calorías... Si no, piscina, a mi aire, con unos minutillos para mis cosas sólo mías (para variar).

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