viernes, 27 de febrero de 2009

BARCELONA IN ORSAY

Me perdí en mis pensamientos mientras bajaba por las Ramblas. Los primeros coches circulaban tranquilos, el vehículo de la limpieza removía sus escobas auscultando delicadamente el pavimento de la acera central.
La ciudad se ponía en movimiento lentamente,los mozos de las terrazas empezaban a componer figuras deshabitadas con las mesas y sillas. Las máquinas de café recuperaban su ritmo trepidante diurno.
A las ocho de la mañana acababa mi vagabundear sin sentido por la ciudad. Había perdido la noción del tiempo y aterricé en la plaza Sant Just.
Sentada en las escaleras de entrada a la iglesia me encontraba entre dos mundos; puertas a dentro de la iglesia, un silencio teñido de piedra arenisca y bermellón. Un silencio educado.
Delante de mí las reminiscencias de otro tiempo de la ciudad y de otro tiempo de mi tiempo.
Cuántos días me había parado a observar los edificios que emmarcaban la plaza y que ahora ya no eran confidentes, ya no me eran familiares, elocuentes perspectivas de atardeceres personales.
El mozo del bar servía las mesas de la plaza, ocupadas por disidentes de invierno y turistas de temporada recuperándose de la noche festiva.
Ya no hablaba la fuente trigémica del ángulo derecho de la plaza; me sentía tan sola.
Las palomas picoteaban entre las mesas y recorrían mínimos espacios reservados.
Las campanas me despedían.
El restaurante de la esquina levantaba la persiana y un santuario de luces de vela le daban un carácter cálido, amparado detrás de las grandes vidrieras.
Me levanté.
Compartí los últimos minutos con la plaza antes de desaparecer por la esquina de la calle Dagueria sin volverme a mirar atrás.
Retomé esta vez el camino de vuelta a casa.
Yo continuaba huyendo de mí misma, huyendo del amor o quizás sólo huyendo de mis mentiras.

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