Hay lugares de los cuales nunca te puedes despedir, una
emoción acongojada limita el momento, limita el paso de los minutos en que te
reencuentras con él, liquida tus defensas y acumula posiciones en tu
pensamiento, en el corazón.
Mi tierra de nacimiento me separa de mi tierra de adopción
por una breve distancia que se contaría como la medida de quinientos pasos de
gigante, pero a la que no quiero regresar para no sentir de nuevo desolada el
alma.
Des de la ventana del tren, flashes magnéticos de una tierra
que no quiero tocar, pero que de vez en cuando necesito respirar, necesito
imaginar que sigue allí, con sus campos besados por un cielo azul que no he
visto nunca en otro sitio y la quietud de las horas barridas por un viento que
me recuerda que siempre me espera.
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