martes, 13 de abril de 2010

PAISAJES DE CIUDAD: ESCENA VII.FINAL

Las cogió decidida, abandonó su mochila y corrió hasta el abrigo de la boca del metro. Bajó las escaleras y oyó a un músico tocar al fondo, en el pasillo de trasbordo.

El chico de la guitarra tocaba, una noche más, su canción. Había regresado al lugar dónde sus creaciones se convertían en pequeñas obras de arte, dónde su música obtenía un cálido reconocimiento. Esa noche, su canción, tenía un intencionado tono melancólico, tocaba desgarrando las palabras.
La chica caminó hacía a él, se paró, le miró a los ojos y le extendió las zapatillas.
El chico, asombrado, dejó de tocar y la muchacha le susurró al oído: «Por favor, llena mi vacío»
El portero prosiguió su paseo y luego al llegar junto al escaparate se quedó quieto, observando ensimismado a la pareja de la tienda de muebles. El hombre desde el interior le vio y le invitó con señas a tomar una taza de café con ellos dirigiéndose hacía la puerta para dejarle entrar.
El portero dudó un momento, no quería sucumbir a los caprichos de su imaginación pero entró. Siguió al otro hombre hasta el comedor-muestra dónde saludó a la mujer que ya le servía el café.
Se sentó delante de uno de aquellos platos de líneas concéntricas que tan bien conocía y se relajó. Ahora formaba parte de la escena, de aquella escena que había contemplado tantas veces desde fuera pero con una gran diferencia: estaba dentro y ya no sentía aquel vacío que le molestaba al regresar a casa cada noche, que le aprisionaba.
Continuaron charlando los tres. La noche los arropó distanciándolos de todo.
Una suave lluvia tapizó el suelo de la avenida mientras el edificio-árbol pareció cobrar vida. Sus hojas se tiñeron de un color verde esmeralda, brillando intensamente en la oscuridad, peinadas por el viento.
Los pasos de unos nuevos observadores, de una pareja, se aproximaron hasta el escaparate y se parapetaron en él para refugiarse del incipiente chubasco.
Aprovechando la situación ella se fijó, ilusionada, en el comedor-muestra, que iluminado por un gran foco, destacaba en la tienda cerrada y óscura. Él observaba el comedor pensando en la manera de abandonarla, de separarse de aquella mujer que estaba ensimismada en el escaparate mientras un vacío ocupaba su cuerpo y se refugiaba en la escena que se producía en ese instante delante de él. Aquellos tres personajes que tomaban café distraidamente dentro de la tienda.
La mujer observó a su pareja absorta en el escaparate y le preguntó:
— ¿Qué miras?. Te ha gustado ese comedor.
El hombre tras una breve reflexión, intentando asimilar su situación comprometida, asfixiante, reflejada virtualmente en el escaparate, delante de aquel futuro al que no quería pertenecer, al que no quería enfrentarse le contestó:
—A esa pareja de dentro.

No hay comentarios:

Publicar un comentario