sábado, 20 de diciembre de 2008

RELATOS POR ENTREGAS: CIENTO DOCE DÍAS (II)

Cuando desperté me encontraba estirada en una cama de hospital, en una habitación de paredes blancas, de suelo de mármol gris. Un tráfico incesante de sombras y de batas blancas pasaba por delante de la puerta, de esa puerta que me separaba de lo que estaba pasando fuera.
El olor agrío y higienizado de hospital se colaba hacía mis pulmones entre conversaciones y comentarios a media voz recorriendo espacios ajenos a mi entendimiento.
En el techo un fluorescente incordiaba mis ojos y un poco más allá una ventana que parecía dar a un jardín en dónde un árbol de grandes hojas verdes ocupaba toda mi perspectiva del exterior.
Cables y tubos adheridos a mi cuerpo, estaba anclada a un gotero. No podía creer la situación en que estaba, como había llegado a allí, cuál había sido el proceso que me había llevado de una sala de espera a esta habitación húmeda y triste.
Intenté levantarme de la cama para verificar si estaba despierta o soñaba, si quizás lo que estaba pasando formaba parte de una pesadilla. Quería comprobar si estas impresiones eran reales o bien podía empezar a preocuparme de verdad sobre un futuro imprevisible en aquella habitación.
Volví a cerrar los ojos para ver si todo aquello que me rodeaba desaparecía. Pero no, estaba despierta, no consciente del todo de este destino que me tocaba vivir en ese momento.

Por la puerta de la habitación apareció un hombre alto, vestido de verde. Su cara no manifestaba ningún tipo de emoción, sus ojos no se despegan de un informe que lleva en la mano.
- Buenos días señora... Zinnerman, veo que esta despierta. Soy el doctor Rosich.
- Buenos días, me podría explicar que me ha pasado.
- Mire señora Zinnerman. Ayer se desmayó usted en la sala de espera de urgencias y haciendo un control rutinario y una analítica para buscar las posibles causas, hemos encontrado una cosa que no está correcta. ¿Hace cuánto que no va a su ginecólogo?
- Pues hará más o menos unos dos años.
- Mire - el médico cambió su tono de voz a uno más serio y imponente - le tengo que comentar una cosa importante. En la analítica un marcador ha dado valores mucho más elevados de lo esperado en una persona sana y para confirmar la situación le hemos hecho una cecografía. Sin más vueltas, le hemos encontrado un nódulo en uno de sus pechos, aquí en el informe de ingreso usted comentó que tenia un fuerte dolor en el pecho. Podría estar relacionado. No sabemos a primera vista si es benigno o maligno. Creo que lo mejor sería operar urgentemente.
- Pero, doctor, se da cuenta de mi situación, de lo que me esta diciendo en este momento, no puede ser, mire yo sólo pasaré aquí como mucho tres semanas, podría esperar y operarme en mi país, no creo que sea tan urgente, que venga de unos días. Yo no puedo operarme aquí, no tengo a nadie, no conozco nada, no tengo un alojamiento fijo. ¿Está seguro? ¿Lo ha comprobado, no puede ser, no lo entiendo. Me esta diciendo que tengo un cáncer - No podía creer sus palabras, me estaba hablando de una enfermedad grave y lo hacía con toda naturalidad que aún me dificultaba más comprenderlo.
- Mire señora, desconocemos la gravedad. Sí, lo siento mucho pero le estoy hablando de un cáncer o tumor. Pero creemos conveniente operar enseguida, piense que está en un hospital de primera línea, que dispone de todos los servicios, que es uno de los mejores y tiene garantizadas todas las asistencias y que quizás en su país no se encuentre con la misma situación. Y sí, tenemos un ochenta por ciento de certeza. Piénseselo. Si lo cree conveniente sólo firmando la renuncia puede en un par de horas marcharse pero si no, si decide quedarse, sólo necesitaríamos su autorización. Estamos esperando unas nuevas pruebas. En dos horas, vuelvo a hablar con usted.
Me quedé sin palabras, derrotada en aquella cama, en aquella habitación, en aquel espacio sintético que delimitaba las nuevas noticias, que me estaba repitiendo la palabra que no habría querido escuchar nunca: cáncer.
El médico antes de salir por la puerta añadió:
- Pienselo por favor. Intente hablar con algún familiar para ponerlos al corriente también de la situación. Regreso para la información de guardia.
Entonces el mundo se volvió a convertir en un habitáculo de cuatro paredes, con una cama y un aparato que no paraba de hacer ruidos que fiscalizaban mi cabeza, que controlaban el latido de mi corazón, la circulación de la sangre, mi respiración.
Me planteaba que tenía que hacer, aquí, en una ciudad extraña, a miles de kilómetros de casa. No me esperaba empezar la semana con esta noticia. No podía o no quería entender que mi vida cambiaría a partir de aquel momento, que no volvería a ser la misma y que me tendría que enfrentar a unos acontecimientos próximos, innegociables, intratables.
Toda una avalancha de pensamientos confundían mi pensamiento. ¿Qué debía hacer? ¿Cómo actuar?. El miedo me paralizaba, ese miedo que nos hace sentirnos pequeños, limitados, rodeados de un sentimiento de perdida, de inseguridad, de no-ficción.
Una sensación de angustia, de abandono dónde desembocaban mis esperanzas. No podía reaccionar.
Una calma fría llegó, tenía que ser objetiva. Decidí hacer las cosas bien hechas dentro de lo posible, no podía hundirme. No podía romper la estructura que empezaba a dibujarse en mi cabeza para poner en orden todas las opciones que tendían a amontonarse en una lista imaginaria de lo que hacer...

CONTINUARÁ

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