Ciento doce días
Los pájaros mecánicos que atraviesan los cielos no sólo transportan personas, transportan historias. Dejan tras de sí estelas de momentos que se olvidaran, que se perderán para siempre. Estelas de momentos que cambiaran la vida de esas personas.
Mi pájaro mecánico me llevó a Barcelona.
El vuelo fue largo: veinte horas con tránsito en Nueva York y París.
Dejaba atrás mi ciudad: Montevideo. Dejaba también atrás, rota, mi relación con Roberto. Había encontrado el mejor pretexto para salir de mi ciudad en una huida hacía delante sin peros, sin comedias, sin palabras que llevaran a un cambio de visión de la realidad sin salida: sabiendo que no quería volver con él.
Mi jefe me había entregado sin querer mi carta de libertad: un congreso en Barcelona, un congreso sobre nuevas tecnologías para hacer un nuevo proyecto en mi departamento. Dos semanas de contactos con otras empresas de la ciudad, de conferencias, de cursillos, de desconexión de lo cotidiano, dos semanas para afrontar mi nueva realidad.
De París a Barcelona, tan sólo agotar la última hora y media de vuelo antes de aterrizar en mi destino. Ahora ya con el sueño vencido, hojeaba una revista en dónde descubrí un reportaje impactante. Un nombre conocido: Nora Alfaro. Parecía imposible, tantos años sin noticias de ella. Era un antigua ex-novia de Roberto.
Volví al principio del reportaje para fijarme con atención sobre el tema del artículo:” La apertura de un nuevo centro para discapacitados físicos y psíquicos se engloba dentro del marco de actuación municipal del gobierno, hablamos con su directora…”
La foto de una niña de ojos grandes y boca deformada que completaba el reportaje me transtornó totalmente y me produjo una sensación de malestar, de rechazo total, de disconformidad visual, atrayendo mi pensamiento hasta extremos inabastables.
Volví a pensar cuántos años hacía que no sabía nada de Nora.
Me esperaban días de trabajo y turismo pero la situación cambió radicalmente el día siguiente de mi llegada.
―Su nombre por favor― me requería la chica de la recepción de urgencias del Hospital de Sant Pau.
― Alexandra Zinnerman.
― ¿Lugar de residencia o dirección?
― Montevideo. Ayer llegué a Barcelona para un congreso. Estoy alojada en el hotel Atenas.
― ¿Fecha de nacimiento?
― Tres de septiembre de 1961.
― ¿Qué es lo que le pasa exactamente?
― Mire me siento muy rara, estoy muy cansada, no sé si es el jet lag o otra cosa, pero es una sensación extraña que nunca había tenido. Estoy mareada y tengo un dolor fuerte en el pecho, un dolor bastante agudo y que no me deja respirar. Me oprime, no tengo fiebre pero no es mi estado normal y cómo no sabía a dónde acudir y el recepcionista del hotel me ha dicho que me podía llegar hasta aquí.
― ¿Cuándo se hizo la última revisión general?
― Pues miré, hará un par de años, no lo recuerdo muy bien, quizás una revisión general del trabajo sin transcendencia, todo estaba correcto.
― ¿Tiene aquí el documento sanitario de su país?― comenta la recepcionista.
Le doy el documento.
― De acuerdo, ahora pase a la sala de espera de urgencias, que enseguida la atenderán.
Seguí las flechas azules que me llevaron a una sala llena de sillas y de gente. Tomé asiento y me dispuse a esperar.
Esto es lo último que recuerdo. Sentada en la sala de urgencias mientras esperaba que me llamaran por megafonía.
Después una sensación de vacío, de silencio muerto, de espacio desaparecido en el tiempo, de inmovilidad, de despoblamiento de ideas o de hechos en mi cerebro.
Cuando desperté me encontraba estirada en una cama de hospital.
CONTINUARÁ...
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