Nunca imaginé que volvería a aquel lugar acompañada por los espectros vivos de mis temores; ni que las incongruencias por las que te conduce la vida fueran tan congruentes. Todo parece más libre cuánto más te aferras a ello, cuánto más sientes su aliento. Cuándo un día, decides, que lo tienes que hacer ya no tiene más demora. Ese momento llegó un día a mi desencajada vida. Y de esta manera empecé un viaje en el espacio y en el tiempo: de Barcelona al origen de mis recuerdos.
Últimos kilómetros que me llevan a ti, que me devuelven a este pueblo gris, encaramado en los cerros. Recortado bajo un cielo azul, tan azul, que las nubes no gozan detenerse para no empalidecerlo.
Ya he tomado el desvío que sube zigzagueando. Desde la última curva se divisa tu figura alargada, como si te hubieran estirado con unas pinzas para engrandecer tu altivez.
Mi corazón se emociona al ritmo del rugido del motor, al subir hacía esa curva por la carretera semiasfaltada ahora y el silencio visionario me acompaña. Ya te veo, sigues ahí, no has perdido ni uno de tus encantos. Paró el coche en la entrada del camino viejo, bajó la ventanilla y te escucho: ese imperturbable silencio cotidiano. El campanario intensifica el momento: las ocho.
Salgo del coche en un intento de comprender lo incomprensible. ¿Qué hago aquí? Las últimas chicharras ensordecen mis pensamientos. El sol se esconde tímido por detrás de tu silueta, incendiando por un momento el paisaje y espero a que desaparezca. Allí, de pie, contemplándote. Siento unas ganas terribles de volver atrás, de retroceder. Pero eres tú quien me llama. Voy a buscar la cámara fotográfica al coche y te vuelvo a retratar, igual que hace treinta años, cuando te vi por última vez. Cuando desaparecí por esa curva sin despedirme, sin regalarte un adiós afectuoso.
Espero a las últimas luces, para emprender el kilómetro postrero. No quiero que nadie me vea llegar, que nadie interrumpa este momento: tú y yo, cara a cara, pasado y presente.
Vuelvo al todo-terreno, cálido y seguro. Improviso un conflicto en mi cabeza para no recordar el propósito de mi regreso. Cierro la puerta y busco el móvil en el bolso. Marco el número de Jean-Pierre, pero antes del primer timbre cuelgo. Él también está ahora muy lejos, en otro espacio en otro tiempo que no tiene nada que ver con este. Arrancó el motor y enciendo las luces, dos focos extravagantes en esta noche que rompen el esquema sombreado del paisaje. Salgo a la carretera, me pongo en camino. Tú imagen va creciendo, se alimenta con la velocidad.
En la entrada del pueblo, me da la bienvenida la casa del alcalde y reduzco para tomar a la derecha la cuesta empinada. Me desbordó, ya no puedo dejar de pensar en todos esos años que he recorrido esta cuesta. Llegó al cruce encarando la recta final. Apago las luces en un intento de jugar al escondite contigo para recorrer el último tramo ya aparco el coche en la plazoleta. Me bloquea un torbellino de sensaciones. Subo la ventanilla para parapetarme del frío. El silencio vuelve. Ya no te oigo por un momento: el campanario con sus cuartos, el trajín de las gentes de los campos en las eras, las abuelas que bajan des del camino viejo paseando, el bullicio de la plaza con los jugadores de raqueta. Cuento hasta seis, despacio: uno, dos, tres… recojo el bolso del asiento del copiloto y busco las llaves antes de abrir la puerta del coche y enfrentarme con mi primer duelo. Me dirijo hacía la casa, con estudiados pasos sordos, intentando ahogar el sonido de los tacones, bajando por la calle estrecha. El viento encajonado me golpea. Recorro los últimos metros hasta la puerta del patio. Introduzco la llave en la reseca cerradura y abro la puerta.
La casa está igual, un poco más gris, un poco más inconveniente, un poco más vieja. Me azoró ante el patio a mi izquierda convertido ahora en una selva. Ha sucumbido al hielo y a los duros inviernos y ha perdido su recubrimiento de cemento. En la base de la puerta han crecido unas largas barbas de lirios y unas margaritas pequeñas y blanquísimas los decoran. Recortó con la llave los restos de silicona que quedan. El ruido sordo de la puerta al moverse hace más evidente el inmenso hueco emocional que me espera dentro.
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