La violencia gratuita forma parte de nuestras vidas, te puede llegar a traspasar la piel y adherirse a tus entrañas. Acomodarse en tus pies. Hacer que se convierta en tú día a día. Cancelar tus convicciones y producirte ansiedad, esa ansiedad pegajosa que no te abandona así como así.
Hay dos cosas que me producen una verdadera sensación de impotencia extrema: oír llorar a un niño y el maltrato y/o violencia hacia las personas, cosas o animales.
Barcelona me esta demostrando que no se libra de esa lacra a la que todos miramos con distancia hasta que nos toca muy de cerca.
Ya hace unos años me encontré con un caso de violencia extrema en la calle, que me hizo reflexionar sobre que es lo que mueve a estas personas y como esta manera de arreglar los conflictos solo genera más conflicto.
Sucedió en Escudellers/Plaça George Orwell. Unos hombres apaleaban a un cuerpo que se revolvía en el suelo con un garrote de madera sin ningún tipo de remordimiento, con determinación y alevosía. La imagen quedó grabada en mi cerebro y no la he podido eliminar de mi memoria por años y años que han pasado. Fue un impacto brutal y más cuando a los 5 minutos pasó un coche de la Guardia Urbana, vieron la escena y no se pararon, continuaron patrullando cómodamente sentados en su unidad. No lo entendí y todavía no lo entiendo.
Tampoco me atreví a tomar cartas en el asunto directamente, sólo una llamada calmó mi estado de ansiedad y nerviosismo. Esto no entraba en mis planes, en todo aquello que me habían enseñado desde pequeña. Pero no puedo olvidarlo.
Hace unos días la violencia volvió a asaltar mi placida vida por partida doble.
Bajando por la calle Balmes, dos motos casi en paralelo. El motorista de la segunda moto atacaba y pegada a una chica que viajaba de paquete en la primera moto mientras circulaban por mitad de la calle. La chica no paraba de gritar al borde del accidente de tráfico cuando en un chaflán divisaron a unos policías y corrieron hacía ellos. En esta ocasión los policías intentaron calmar al agresor e impedir con educación y respeto que continuara increpando a los ocupantes de la otra moto. Pero nada el estado de agresividad que acumulaba era tan alto que al ver que no podía atacarles, cogió una moto que había aparcada en la acera y la tiró contra la persiana de una tienda que estaba cerrada por suerte. Ya no quise ver más.
El segundo caso fue todavía más impactante, estación del Clot 8.10 a.m, un hombre pierde el tren en dirección a Calella, golpea el vagón y grita enfurecido. Veo que se acerca hacía donde estaba yo sentada y coge la papelera de hierro de metro cincuenta de alto y profiriendo un chillido que se oyó por toda la estación la tira a la vía. Luego veo que se gira y se dirige hacía donde estoy yo. Salgo corriendo atemorizada y veo que una señora que se encuentra un poco más lejos esta llorando y temblando de nervios. Verdaderamente lo pasé muy mal.
Y la ansiedad me acompañó todo el día. No desaparecieron sus ojos de mi pensamiento, ojos fuera de sí, de ira.
Recogió la papelera y se sentó.
A veces pienso, que nos lleva a los seres humanos a ser así. Es la única cosa por la cual creo que tendríamos que ser reprogramables.
Espero que un día, magnífica utopía, desparezca.
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