Sentado junto a gángsters, hawaianas, princesas, brujas y espectros el escritor de segunda mano viaja de Terrassa a Barcelona en un tren nocturno. No precisa de otro escenario para imaginar otras historias. Las que le cuenta el tren entre consumiciones de supermercado 24 h de alta graduación alcohólica y jovencitas de maquillaje excesivo le devuelven junto al reflejo de la ventana a unos años pasados en su propia piel.
Las conversaciones rememoran otros fines de semana gastados en un recorrido incierto por locales oscuros, anónimos y las risas le ponen en el rastro de momentos de película francesa.
Pero la sensación de no existir, de no viajar en ese tren no desaparece. Conmueve a la trayectoria del escritor y le acerca más al silencio de sus propias entrañas convertidas en calles desiertas de su propia verdad.
En la estación del centro recoge su bicicleta y sube Rambla Catalunya despacio, observando las trasnochadas cenas de terraza y a los transeúntes acelerados que caminan en sentido contrario.
Disminuye la marcha de su paseo al reconocer el bar Alfa , se detiene y encadena su Orbea roja en una farola junto a la entrada. El escritor del segunda mano recoge su invisibilidad y se adentra en el bar, buscando apoderarse de la sombra de alguno de esos cuerpos que se mueven en la pista insaciables, evasivos, rápidos mientras la música excitada por las manos del pinchadiscos enloquece y se cuela por los poros de los allí presentes.
Finalmente se acomoda en la barra para refugiarse en un gin tonic desfasado mientras piensa en aquel libro que no llegara nunca a acabar y en aquel lugar del cuál ya no saldrá sin dejar atrás un recuerdo agridulce de melancolía disfrazada de fatalidad.
Con un escritor de segunda has conseguido un relato de primera: utilizando un prosa ágil, elegante, entretenida y visual, encadenas escenas hábilmente desarrolladas y efectos realmente logrados,teniendo siempre una mirada tierna sobre un personaje que otros etiquetarían como un "perdedor". Me gusta.
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