CIENTO DOCE DÍAS
Elisa lo había entendido y había decidido que era mejor no despedirse del todo y yo me quedé sola en aquel patio con el recuerdo de la persona más importante ahora en mi vida. Volví a casa. Pero allí la Nora estaba con una visita inesperada. Roberto charlaba animadamente con ella. No me acababa de creer que fuera él.
El destino me volvía a hacer una mala jugada:
- Roberto -me lancé a sus brazos.
- Hola Alexandra. Nora me llamó hace quince días muy preocupada por tu situación. No respondes a ningún estimulo y estaba muy preocupada, nerviosa, no sabía ya cómo actuar y pensó que verme quizás te vendría bien. He cogido el primer vuelo cuando he podido. Además necesitaba hablar contigo.
Las experiencias vividas ese día se iban solapando creando un choque frontal de emociones controvertidas. Ahora tenía delante de mí a la persona que desde hacía seis meses había querido distanciar de mi vida. No compartíamos casa desde poco antes de marcharme a Barcelona. Desde aquella tarde que le había pedido un tiempo y que Roberto había cogido una maleta y había ido a vivir a su estudio.
- Voy a preparar la cena -se levantó del sofá Nora.
Roberto me miró intentando buscar un punto de inflexión por dónde romper el silencio entre los dos.
- ¿Cómo estás?
- Mejor, ya hace unos días que me han dicho que después de la última sesión de quimioterapia me harán un examen general y posiblemente me darán el alta. ¿Y tú cómo estás?
- Yo creo que no hace falta que te lo explique. Intento negociar una salida pactada sentimentalmente a la situación en la que me desterraste de tu mundo. Sobrepasado por la incertidumbre de no tener claro que pasó, porque te has ido alejando de mí.
- No hables así, yo creo que ahora no es momento de hablar de ello.
- No lo entiendes, he cogido un avión desde la otra punta del mundo para que me lo cuentes, si puedes. O bien me liberes, si es que realmente lo nuestro se ha acabado.
- Todavía no tengo respuestas. Es duro. Durante estos meses sólo he centrado egoístamente mis fuerzas. Y eso que me ha pasado es quizás el indicio, la señal más claro y evidente de lo que tengo que hacer, tal vez definitivamente cambiar del todo mí vida. Hacer un punto y final o un punto y aparte. Y ello presupone que no tengo que cambiar la decisión que tomé.
- Estás en tu derecho y lo respeto. Pero necesitaba saberlo. Necesitaba saber si había alguna posibilidad, si todo podía volver a una normalidad relativa.
- Lo siento pero sí, se ha acabado.
Nora sólo captó las últimas palabras de Alexandra cuando entraba por la puerta del comedor dispuesta a poner la mesa. La conversación terminó ahí. La cena llevó a una charla muy distendida sobre los viejos tiempos en Montevideo cuando los tres estudiabamos en nuestras respectivas facultades, sobre aquellos tiempos en que no había nada más que nos pudiera reportar miedos o problemas.
Al día siguiente Roberto me acompañó a mi última sesión de quimioterapia y a la semana siguiente llamaron del hospital para concertar una visita de reconocimiento y control.
Allí me esperaba la oncóloga y el doctor Rosich:
- La analítica ha salido correcta y los valores hormonales controlados. Se acabaron las sesiones. A partir de ahora tendrá que hacer un tratamiento hormonal durante cinco años y deberá hacerse revisiones cada seis meses. Le preparamos un informe para su médico de cabecera en su país y comenzará la medicación aquí. Le doy cita para mañana a una ecografía como penúltimo paso de control.
- Gracias doctor Rosich. Por todo. No imaginaba que todo saliera tan bien, no las tenía todas conmigo durante este tiempo y gracias doctora Lesma por su compromiso en mi supervisión. - Sólo es necesario que ahora sea consciente de las cuatro pautas que le daremos escritas. Allí podrá también pedir hora para el terapeuta y para el cirujano de reconstrucción si quiere. Está dada de alta, recuerde que es en cierta manera provisional hasta que no le den el alta definitiva en Montevideo. Por cierto, ¿cuándo piensa irse? - terminó diciendo el doctor Rosich.
- Lo más pronto posible. Cuando encuentre vuelo, tengo muchas ganas de volver a casa-respondí.
- Pues la dejo al cargo de la doctora Lesma. Buen viaje - se despidió el doctor Rosich.
- Gracias doctor Rosich otra vez.
Al día siguiente me acompañaron Nora y Roberto al hospital.
No querían perderse ese momento. Pasé a hacer la ecografía en la sala y ellos se quedaron en el pasillo esperándome. Nora parecía nerviosa, precipitada. Al finalizar la prueba no imaginaba la escena que sucedía al otro lado de la vidriera de la sala. Me encontré a Nora abrazada a Roberto, totalmente arraigada a su cuerpo. Parecía que le estaba haciendo una petición, me hubiera gustado poder escuchar sus palabras. Era una de aquellas situaciones en que los sentimientos afloran a través de la piel, en una situación de máximo tráfico de confidencias, en que uno pierde el control y libera su instinto. Roberto la miraba con cara comprometida y sorprendida por la reacción de aquella mujer que ponía de manifiesto algo más complejo que la pura estimación, que ponía de manifiesto su alma que lo retenía con deleite. Entonces fue cuando comprendí por dónde iba la historia y cuáles eran las intenciones ocultas de la Nora. Verdaderamente no le podía reprochar nada respecto a su trato conmigo. La negativa con la cabeza sin palabras de Roberto volvió a colocar las cosas en su sitio. Ya no podía quedarme más tiempo en mi puesto de observación por miedo de que no descubrieran mi indiscreción, de que se sintieran espiados de cerca.
La cara de la Nora reflejaba lo que pasaba por su pensamiento en ese momento y me recibió con una sonrisa agridulce.
- ¿Qué chica cómo ha ido?
- Ahora vendrá la doctora Lesma a ver la ecografía y ya me darán el alta. No te imaginas como estoy de nerviosa, me tiemblan las piernas y sólo pienso que saldré del hospital con la confirmación de que estoy bien - esperaba este momento y nadie me lo podía arrebatar.
Y ya con el alta en la mano, en la puerta del hospital me detuve un segundo. Miré atrás y cerré ese capítulo, aquellos ciento doce días de mi vida. Ahora sólo quedaba comprar una maleta más grande y llenarla con todas las cosas que había ido recopilando durante aquellos días: libros y sentimientos.
LlamÉ a Enrique fue lo siguiente que hice para decirle que volvía en cinco días y que me reincorporaba enseguida. Tenía ganas de reencontrarme con el trabajo, de volver a estar activa, viva.Enrique hizo broma y me dijo que me esperaba mi mesa, que tenía trabajo mucho atrasado y se alegró al saber que casi estaba superado mi cáncer y que me vería en unos días.
El día había llegado y faltaban pocas horas para coger el avión.
La despedida con Nora fue sincera, ninguna de las dos tenía nada que reprochar a la otra, no quedaban ya emociones falsas y cada una seguiría su camino:
- Espero volver a verte pronto por Barcelona.
Roberto y yo cogimos un taxi hasta el aeropuerto. No quise preguntarle nada sobre lo que había visto en el hospital sólo observé que se despedía fríamente de Nora y cogía su bolso.
Estaba muy nerviosa, había llegado el momento.
Ya una vez sentados en el avión Roberto dijo:
- Volvemos a casa.
El vuelo a Montevideo fue largo.
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