Hace unos meses escribí una escena corta de la cual ha salido este relato.
El doctor Medina fue quien le dio la noticia. Se armó de valor e intentó no causar un trauma mucho más grande del que inicialmente le provocaría.
-Le quedan seis meses¾anunció.
-¿Está seguro doctor?, pero si me encuentro bien¾respondió.
-Tenemos todas las evidencias de que el proceso es irreversible.
Octavio Ramos se dejó caer en el sofá del consultorio totalmente alterado por la nueva.
No podía creerlo, pero afrontó la noticia con una incomprensible serenidad, como quien recibe un halago de su máximo competidor. Cruzo las piernas y se quedó allí, sentado, razonándose el rumbo que deberían ahora tomar sus actos. Contemplándose a sí mismo desde su incipiente estado de enfermo, condenado.
A los pocos días pidió una segunda opinión sobre su caso a otro médico que le certificó el diagnóstico del primero. Y no es que Octavio Ramos fuera un personaje de pocos recursos, si no que su intención era olvidar por un tiempo largo esa visita al médico, eludir hasta el final su participación en lo que le estaba sucediendo.
Octavio Ramos: el hombre implacable, el hombre de los trajes imposibles, cuarenta y cinco años, mirada de halcón y porte de ciprés, alto ejecutivo de la empresa Global & Assistance, merecedor tres veces del premio al ejecutivo del año, nunca había sido un buen perdedor y tampoco quería convertirse esta vez en un ser diáfano, en un prisionero atormentado en su lucha por lo que le quedaba de existencia.
Salió por la puerta dándole unas eternas gracias al doctor.
Dado la escasa coyuntura que le quedaba para disfrutar de su nueva situación de jubilación anticipada, decidió prepararse para la otra vida que le llegaría en poco tiempo, para su improrrogable cambio de ubicación en la Tierra.
Se despidió de su jefe con una amplia sonrisa una tarde de lluvia. Recogió todas sus cosas y no dejó allí ni un resto de goma.
Estaba totalmente aterrado con la idea de dejar aquí todas sus pertenencias, de despojarse de todo aquello que le había costado tanto esfuerzo conseguir.
No desperdició ni un momento. El examen de conciencia fue claro y tomó decisiones que repercutirían a corto plazo en su nuevo estado.
Primero tenía que pensar en su nuevo hogar, en la morada que debería ocupar, en dónde reposaría, después del traspaso, ya para siempre y en este sentido tampoco quería renunciar a nada.
Fue a visitar a su amigo, el señor Luis Pastor, el responsable del banco y le pidió un crédito con la supuesta idea de construirse un chalecito de ochocientos metros cuadrados en Pozuelo de Alarcón.
El señor Pastor no hizo preguntas, viendo los números de las cuentas corrientes del señor Ramos y dada su estrecha amistad no desconfió ni un momento de la petición. Con lo que el objetivo monetario se daba por cumplido y cubierto. Ya podía hablar con el arquitecto de poner su obra en acción en un terrenito que poseía en Alcobendas :
-¿Un panteón subterráneo?-dijo el arquitecto.
-Sí, un panteón subterráneo, con cuatro habitaciones amuebladas, salón-comedor, gimnasio, bañera de hidromasaje y entradas de luz exterior natural, sobretodo necesito luz natural para sentir cada mañana como los rayos del sol bañan ese perpetuo hogar. Con calefacción por control remoto y aire acondicionado. En un plazo máximo de cuatro meses, pagado por adelantado. Esta es la idea. Le parecerá un poco extraña, pero estos son los deseos de mi representado¾concluyó el señor Ramos.
El arquitecto tampoco puso objeciones ante el negocio que tenía delante, sólo debería llevar a cabo la construcción y avisar al señor Ramos en caso de algún problema o bien para confirmarle la finalización del proyecto.
Su esquema imaginario empezaba a tomar forma, y ya se disponía a pasar al segundo acto.
Era un acto que llevaba años deseando, premeditando cada mañana desde hacía diez años pero posponiendo cada tarde, cada noche. Octavio se levantaba cada mañana con la ansiada sensación de empezar un nuevo día, totalmente desvinculado de la noche anterior. Veía a esa persona con la que compartía su vida y deseaba no estar sentado en esa ordenada mesa de desayuno. Luego, por la noche era diferente, necesitaba a una persona, a esa persona, para mantener sus instintos más básicos vivos, para liberarse y no le importaba ni su cara ni su pobre personalidad y se arrepentía de la decisión tomada cada mañana. Nunca se había percatado de lo que esta faceta de su andadura por la vida le había marcado. Y ahora podía despreocuparse por fin de esa situación insostenible.
Una noche al regresar a casa, se plantó delante de su esposa y le hizo saber sus más profundos pensamientos:
-Adela, te pido el divorcio. No hay otra mujer, no hay un motivo, sino que son muchos motivos, muchos años de convivencia que me han degradado a la más mínima expresión en esta casa, a una farsa. De aquí a unos días recibirás los papeles para firmar. No te preocupes por las condiciones, no pienso discutir sobre los términos.
-No sabes la alegría que me das, Octavio ¾contestó su esposa¾ hay otro hombre desde hace tres años y tú ni siquiera te has dado cuenta, porque quizás sólo te casaste conmigo por las prisas de tu padre. Tú nunca me has querido. No pienso poner condiciones, te mereces tu liberación y yo vivir mi vida.
Octavio Ramos recibió un golpe muy duro al ego. Creía tener la iniciativa en este proceso, como en todo y se desilusionó al ver que su esposa le había tomado la delantera. Pero ahora ya no importaba tenía vía libre y se alegraba por no tener que dar explicaciones. Había mucho trabajo pendiente, necesitaba encontrar a la mujer real de su vida, a aquella mujer que compartiría su futuro próximo.
Visitó la nueva agencia de modelos situada a dos manzanas de su trabajo con el propósito de encontrar a esa mujer. El perfil de esa mujer estaba muy definido, quería una mujer muy bella, no podía conformarse con una mujer sólo mediática. La belleza es uno de los tesoros que deslumbran a los hombres codiciosos y en este caso, Octavio Ramos cumplía todos los requisitos.
Habló con la representante de modelos y le expuso su petición. Mintió para conseguir que la representante creyera que verdaderamente buscaba a una modelo para promocionar a una nueva empresa. Prometió una cifra con muchos ceros. No quería descubrirse en el primer asalto. La representante preparó un casting y allí teníamos al señor Octavio Ramos rodeado de espectaculares mujeres que trataban de seducirle con la mirada.
Entre ellas el señor Ramos escogió a una desconocida pero excepcional rubia de mirada nórdica, cuerpo diávolo y confección sin costuras, con cara de ángel travieso, con la que sintió ese deseo inhóspito que perciben los hombres al encontrarse con la mujer a la que quieren dedicar y entregar su vida, pasar el resto de sus días.
No parecía un trabajo fácil convencer a la modelo, de nombre Paula, para sus planes con lo que también creo una estrategia definible como maestra.
Le ofrecería lo que toda mujer puede desear cuando no ha salido casi de su barrio: compartir una vuelta al mundo con todos los gastos pagados durante dos meses.
Para ello sugirió a la representante concertar una entrevista fuera de la agencia y sucumbió a preparar un encuentro cargado de simbolismos, aparte eso sí, de un sustancioso contrato de por vida que la modelo no podría rechazar.
Y así se produjo el tercer acto no recomendado para cardiacos. La modelo ante tanta buena predisposición y pocas posibilidades de otras ofertas sólo pudo decir:
-Acepto. ¿Dónde hay que firmar?.
Ese mismo día recorrió todas las boutiques de la calle Serrano con Paula, para complacerla en todos sus caprichos. Una vuelta al mundo requería de un vestuario digno de una modelo de primera fila y de todos los complementos que se pudieran imaginar.
Así se cumplieron casi todos los deseos de este personaje al que sólo le quedaba concretar esa vuelta al mundo y marcharse antes de regresar al sitio que nunca volvería a abandonar.
Y se marchó a recorrer el mundo y a experimentar todo aquello que nunca había experimentado, que colmaba su ansía de placer: viajó en elefante por la India, atravesó los Estados Unidos de punta a punta, comió carne cruda con los esquimales del polo, se fue de safari a Namibia, se bañó en oro en un spa de la Patagonia, estuvo con los monjes budistas de Lathsa, recibió los favores de una Geisha en Japón. Esquió en Australia, probó la carne de murciélago, las hormigas y las gambas gigantes de la Polinesia. Vio la puesta de sol desde las torres de Dubai, se tiró en paracaídas, nadó en el Mar Muerto y enamoró perdidamente a la modelo con quien se casó en Ibiza al más puro estilo hippy.
A su regreso quedaban los detalles más íntimos y sinceros.
El arquitecto certificó la culminación de las obras y el señor Ramos fue a revisar todos los detalles y a recoger las llaves.
Llenar las habitaciones del panteón recién estrenado con sus objetos personales más queridos: sus libros, sus fotografías, sus espejos, sus trajes de Emidio Tucci, sus cremas antiarrugas para cara y cuerpo, sus lociones para cabello, sus discos, su radio, su portátil extraplano, su home cinema...
No dejó si quiera la más mínima pizca de polvo fuera y lo introdujo todo junto en los compartimentos preparados.
Era tal su afán de poseerlo todo que hasta embotelló aire de la Sierra y agua del mar por si en esa otra vida lo pudiera utilizar. Quiso grabar su voz y hasta hacer un video de su vida y su familia, para que nunca fuera olvidado, con esa necesidad de perdurabilidad que nos tienta a los humanos.
Escribió sus esquelas y su epitafio “A un hombre que se hizo grande a pesar de su destino”.
Pensó también en sus amigos, no podía despedirse de ellos adecuadamente y también necesitaba poseer un objeto de todos ellos, arrebatarles un trocito de sus vidas, de sus historias.
Montó una fiesta de aniversario sorpresa, aunque aún faltaran muchos meses para su aniversario, como excusa de reencontrarse con todos ellos y celebrarlo todos juntos, además de presentarles a su nueva mujer.
Para ello les pidió que cada uno de ellos acudiera a la fiesta con una fotografía o un objeto personal, o una carta que tuviera relación con él o que él les hubiera regalado, era la perfecta idea para rememorar y guardar para siempre los buenos momentos que había pasado junto a ellos.
La convocatoria tuvo un éxito excepcional y eso apaciguó por unos días más su ansia de poder.
Todo era maravilloso, hasta que llegaron los primeros síntomas, las primeras pruebas de que la carcoma que llevaba dentro se lo estaba comiendo. Empezó con unos mareos repentinos en la mañana, perdidas centelleantes de visión, perdida de coordinación y un dolor intenso que no lo dejaba ni a sol ni a sombra y ya ni los comprimidos que le había recetado el médico le calmaban el malestar.
Redactó sus últimas voluntades.
Ya no le quedaban demasiados días, sus pensamientos le abandonaban y furtivamente se iba despidiendo de lo que le rodeaba pero guardando fuerzas para su acto final, para culminar su obra, para acabar descubriendo que le esperaba más allá.
Esa última tarde, un quiebro en la respiración le dio la señal que esperaba para ponerse en movimiento.
Fue a recoger a Paula a la peluquería, deseaba que estuviera radiante y ya en el coche le dijo:
-Cariño, tengo una última sorpresa para ti, una sorpresa que no te imaginas y que creo que te hará muchísima ilusión.
Ella lo observaba con cara ilusionada.
Al llegar a Alcobendas, aparcó justo delante del panteón subterráneo y sacó una botella de cava y dos copas para hacer un brindis.
-Brindemos amor mío, por una eterna vida juntos.
Después del brindis, Octavio Ramos le tapó los ojos a Paula con una cinta negra.
-Esto es para darle más emoción a tu última sorpresa cariño, seguro que no te lo esperas.
Descendieron del coche y se dirigieron hacía su futura morada.
Entraron por la amplía puerta de acceso y bajaron las escaleras. Al llegar a la puerta principal y traspasarla se hizo el silencio. Sólo quedó el sonido de Octavio al dar las tres vueltas al paño interior de la cerradura con las llaves y unos últimos pasos finales.
Octavio acomodó a Paula en el sofá del salón-comedor, mientras ella se aferraba fuertemente a su brazo, consintiendo este juego mientras sus ojos trataban de vislumbrar algo a través de la cinta negra.
Esa misma noche le vino a visitar la muerte.
Yo creo que este relato da para una novela. Es un pique.
ResponderEliminarMo deixis al lector encuriosit. Segona entrega ja!
ResponderEliminarArtane