domingo, 3 de noviembre de 2013

NOTAS DE UN PASEO POR NY


Dejemos a los turistas de compras compulsivas por la Quinta Avenida y centremonos en un conglomerado de ocho (quizás nueve millones de habitantes) que respiran por turnos en una ciudad que no duerme, que se mueve las veinticuatro horas del día.
Pasear por la vida de los neoyorquinos desde el sábado por la mañana con el grupo de lucha libre peruano que se concentra en el Hunter College, moverse por las calles de Harlem un domingo mediodía y observar como las mujeres negras arregladas al máximo con sus mejores galas preparan la misa dominical y expresan su agradecimiento a su Lord en la iglesia baptista mientras las futuras promesas del país cantan acompañadas de una orquesta de dos baterías.
Cruzarse con los hombres de gris y negro del distrito financiero y los carritos de comida rápida que hacen su agosto en el minimo tiempo de brunch que se toman los que manipulan los hilos de la economía mundial. O bien disfrutar de un espectáculo en el metro dirección Queens, donde tres jóvenes se suben a las barras y hacen malabarismos y cabriolas a ritmo de hip-hop y rap mientras el silencio en las miradas de la gente nos habla quizás de una incomunicación pactada.
El viernes llegar al oasis del Jardín Botánico de Brooklyn y liberarse del asedio de los rascacielos o perderse en Bryan Park con un café mientras cae la noche y uno sueña que nunca más se marchará de esta ciudad.
Acostumbrarse a la banda sonora  continua del metro que circula próximo a la superficie y luego adentrarse en un club de jazz, secuestrar una silla del grupo de los ajedrecistas y disfrutar de un par de cervezas locales a ritmo de la música entre un público autóctono que se divierte tras la jornada laboral.
Mezclarse entre los miles de deportistas en Central Park y acercarse al mosaico de John Lenon.
Reencontrarse con el pasado de esta ciudad en la isla de Ellis, comprender como la inmigración forjó sus modales.
Enfadarse mucho en el Moma cuando La noche estrellada de Van Gogh ni siquiera se puede divisar de lejos porque esta sitiada por cientos de flashes y cámaras, con unas fotografias que la gente guardará en el ordenador y nunca se volverá a mirar y la poca conciencia sobre el arte que nos rodea.
Disfrutar de un plato de Noodles en plena Chinatown, cuando la sensación de estar en una ciudad hecha de otras tantas ciudades se intensifica o pasear por el parque elevado del Highline donde se observan las partes cambiantes, el continuo ritmo de reforma del lugar, de puertas abiertas a al modernidad, a la incursión en lo más “in”.
Todos estos son pequeños flashes de lo que he recogido de mi experiencia de estos días, sólo pequeños rincones de memoria, de recuerdos que lograré salvar y reconocer que esta ciudad tiene una gran historia a sus espaldas pero también tiene una historia viva, que la hace dinámica y creativa, sorprendente.
No se puede entender o en cierto sentido es complicado no dejarse absorber, verse succionado por su energía y regresar a casa, sin una sensación acentuada de una actitud delante de la vida que condiciona.
Ahora ya parece un sueño, una sección de un tiempo pasado que se quedara en mi subconsciente para mostrarme algún día los lugares que alguna vez visite.

P.D. Mi ordenador con las fotos murió pero cuando las recuperé las cuelgo.

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