lunes, 15 de octubre de 2012

AMANECERES EN L.A.

Los amaneceres siempre han sido el punto de partida de mis viajes personales a cualquier lugar.
De esos viajes que acompañan a las nubes, en un cielo que despierta tras una noche que se corresponde a veces, con una manera particular de calcular el paso de la vida, ante la mirada de aquel que exprime el tiempo, que lo convierte en un sutil viento amaestrado.
El estallido de la luz marca el momento en que mis pies ya no pueden detenerse y se enzarzan en un ir y venir a través de los surcos ermitaños de un paisaje que alienta un devenir extraño y solitario.
El Cierzo me comprende y me escucha, arropando mis entrañas y yo me entrego a la contemplación de un mundo que despierta, que se reconstruye, que se emancipa de la noche y vuelve a la vida.
La quietud y el silencio dan paso a una actividad constante y frenética de las calles y a un pausado reencuentro de las bandadas de habitantes del techo azul sobre nuestras cabezas, pero todo sigue el curso determinado por el paso de esas horas que nunca regresan, que se impregnan en el tiempo de mi tiempo y aceleran los compases de este nuevo día.

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