martes, 13 de enero de 2009

HISTORIAS CON ARGUMENTO (IV)

NACIÓ PECADO

Me gustaría morir abrazada a sus ojos. Atrapar su pensamiento cuando me cruzo con ella. Tener una conversación larga con su cuerpo.
Sorprender a la madrugada y explicarle al silencio esta zozobra que atesoro. Este secreto que me desborda.
Violeta nació pecado. La creo un pintor gitano; de su paleta surgió una sinfonía de colores que modelaron su espectacular figura.
Ya sube por la plaza siguiendo los caminos imaginarios de las filas de baldosas de cemento, con el carrito de su niño.
La observo sentada en el café de la esquina como otras tardes cuando mi urgencia atormentada por verla me impulsa hacía allí, siempre a la misma hora, siempre en la misma mesa. Me refugió detrás de las hojas de un periódico, me entretengo en los renglones de un libro a la hora del descanso de mediodía antes de volver a encerrarme en el despacho.
Sus largas piernas no conocen los pantalones. Su insolencia natural me abofetea con espina de rosa.
Sus brazos engalanados con pulseras de colores y su rostro bañado de luna forman parte de ese todo original. Se recoge el pelo en un alto moño que rompe el delicado formato.
Cuando saluda su voz fuerte denota una cierta brusquedad de carácter pero cuando sonríe se lleva con ella la mitad del cielo.
Trabaja en la peluquería del final de la calle Libertad, donde dicen que se curan las almas y se inventan los peinados más estrafalarios.
Nunca me he atrevido a atravesar su puerta por miedo a encontrármela de frente, a compartir mi miseria por esa mujer. Por no tener que cruzar palabras amables que me incomoden todavía más, que pongan al descubierto esa parte de mi que se me ha ido revelando poco a poco desde que la vi pasar por la plaza la primera vez.
Violeta le confesó a su madre un día que con diecisiete años quería ser la reina del peinado y abandono las clases.
Autodidacta. Se impulsó a si misma a alquilar un local en la calle Libertad cerca de la plaza y cosió los antecedentes de su historia. Un lavacabezas, dos butacas y un secador de pie, el único mobiliario y unas ganas invencibles de seducir peinando. Su primera clienta se coló por equivocación pero salió tan maravillada que desde ese día fue creciendo una pequeña leyenda en el barrio, ese boca a boca que engrandece los hechos y transforma las palabras hasta extremos inusuales.
Pasaron diez años, cambiaron las condiciones pero no el lugar. La peluquería poco se parece ahora a la de sus orígenes. Aquel local de papel pintado y moqueta color verde. En estos días es un local luminoso, cargado de personalidad y de comodidad, con espacios para manicura, pedicura y maquillaje pero manteniendo ese buen hacer de quien tiene el don en sus manos, de quien conoce el oficio.
Violeta acaba de cruzar la plaza.
Se finaliza el paseillo por hoy, desaparece y se lleva el encanto de las horas de terraza.
Sólo se escucha el sonido de las ruedas del carrito que se aleja y un taconeo risueño.
Recojo el periódico y pago el café.
Hasta mañana Violeta.

No hay comentarios:

Publicar un comentario