jueves, 1 de mayo de 2008

SÓLO CUÉNTAME UN CUENTO


Esta es su ciudad, con sus vidas aceleradas que transcurren en pequeños instantes, con sus calles que se dejan mimar, con sus palabras encadenadas a destiempo.
Irene es un personaje más de esta ciudad, Barcelona. Todo el mundo en el barrio la conoce. Es la chica de la librería. Tiene unos grandes ojos azules exploradores de interiores. No hace falta que hables, ella sabe exactamente que libro recomendarte. Es capaz de escuchar a ese desconocido que habita en nosotros, que bombardea nuestros pensamientos.
Cada jueves por la mañana la puedes encontrar en el Claustro, junto a la capilla de Santa Rita, pidiéndole un deseo. Sólo el agua de la fuente rompe el silencio que la rodea y los rayos de sol iluminan tímidos los muros. Las palmeras miran al cielo; casi, casi lo tocan, lo acarician suavemente con su lento vaivén.
Las campanas de la catedral le recuerdan que son las diez, que el tiempo nunca se detiene.
Traspasa la puerta del Claustro y se sumerge en el paisaje humano. Se dirige hacía la calle de la Dagueria, donde está la librería Trece, recortando el espacio que la devuelve a la rutina.
Al llegar levanta la persiana. Su ruido seco y escandaloso despierta al barrio. Al atravesar la puerta de vidrio y madera la perspectiva cambia. Va encendiendo una a una las luces de los pasillos, de esos pasillos habitados por libros. El olor del papel, de la tinta, de la encuadernación impregna el ambiente, lo colma de ese continente inanimado que nos hace vivir sus historias, reales o no. Esas historias que Irene conoce una a una, como si siempre hubiera vivido en una de ellas.
De vuelta en el mostrador repasa el correo y los pedidos. Agrupa las nuevas adquisiciones que formarán parte de esta pequeña metrópolis. Desde el pasillo del fondo se acerca un gato. Es Tizón. El guardián de las historias. Un gato negro con alma de lector. Llega hasta el mostrador y mira a Irene con ojos verdes suplicantes. Irene lo recoge entre sus brazos y el gato ronronea mientras ella acaricia su pequeña cabeza. Así pasa gran parte de la mañana coleccionando nuevas experiencias.
Cerca de las dos el sonido de la campanilla de la puerta la distrae. Es Estel, la dueña de La Clandestina. Acaba de regresar de unos de sus viajes e invita a Irene a un té. Quiere explicarle todo sobres esos nuevos lugares.
Irene cierra la librería, tiene media hora para comer. Sale sonriente por la puerta con su gato. Estel camina a su lado charlando calle abajo hasta llegar a La Clandestina.
El cálido local las acoge, las conversaciones se viven en el ambiente. Irene se sienta en la barra mientras Estel le prepara uno de esos nuevos tés y un bocadillo. Sus ojos hablan de India, de sus gentes, de todo lo que se percibe allí, tomando un té en una mesa, observando a los hombres degustar su té, despreocupados del incesante ruido de las calles de ese ahora cercano Oriente. Irene recoge el té y se da la vuelta para dirigirse a la mesa del rincón junto a la barra. Totalmente absorta en las palabras de Estel, choca con un chico pelirrojo y le derrama la tetera por la chaqueta.
El chico se sobresalta y los ojos de Irene pernoctan un momento en los sorprendidos ojos oscuros del muchacho. Irene reconoce a su habitante parapetado bajo la apariencia de un hombre-gaviota lejos del mar. Cuando se da cuenta, ve la gran mancha de la chaqueta y pidiéndole perdón, intenta nerviosamente hacerla desaparecer con un pañuelo.
El chico reacciona. Siente como si los ojos de Irene le hubieran arrancado toda su vida en unos segundos; como si sus ojos mantuvieran un diálogo secreto con su yo.
Irene le invita a un té. El chico se presenta, se llama Eloy y vive dos calles más abajo. Hoy por casualidad ha descubierto La Clandestina. Pero no esperaba encontrarse en esa situación, compartiendo un té con Irene. El gato salta a la falda de la chica y Eloy le comenta qué es muy bonito y le pregunta cómo se llama. Irene le contesta que se llama Tizón, mientras lo mima.
Irene mira su reloj, es tarde, ya ha pasado su media hora libre. Se despide y le vuelve a pedir perdón. Cuando ya está a punto de salir por la puerta, siente un impulso irrefrenable. Regresa a la mesa y garabatea en un servilleta un título “El cuento del corazón errante” de Gloria Poch y se lo entrega mientras le cuenta a Eloy que trabaja en la librería de esa misma calle. Sin más, desaparece.
De pronto se apodera de La Clandestina un vacío, desaparece el tintinear de las cucharas en los vasos, el sonido de la cajita de música y la charla de los ocupantes en las mesas. Eloy siente ese vacío también en su piel.
Se levanta, carga su mochila y sale atropelladamente de La Clandestina, corriendo por la calle buscando la librería.
Al mirar a su derecha, descubre libros en un escaparate y se para delante de la puerta. La empuja con delicadeza. Suena una campanilla y un hombre le da las buenas tardes.
Eloy pregunta por Irene pero el hombre le asegura que allí no trabaja ninguna chica que se llame Irene. Eloy intenta describirla. El propietario le confirma que no sabe quién es, que nunca ha trabajado una chica en la librería.
En ese momento por uno de los pasillos aparece un gato negro. Eloy lo reconoce. Es Tizón, la mascota de Irene. Llama bajito al animal: “Tizón” y el gato le mira con sus grandes ojos verdes y continúa su camino hacía el interior de la librería. Eloy no se da por vencido y lo sigue a la expectativa. Busca a Irene por los pasillos, detrás de una gran columna de libros, al lado de la puerta de la trastienda. Se imagina encontrarla allí. El propietario sentado junto al mostrador se ha olvidado ya de él.
Eloy se acerca a una mesa y mientras prosigue con su desorientada búsqueda visual coge distraídamente un ejemplar. Por unos segundos centra su atención en el libro. En la portada destaca una fotografía en color. Hay una chica sentada en las escaleras del Claustro, junto a la Capilla de Santa Rita. No es posible exclama, es Irene, le asalta sin avisar otra vez. La chica de La Clandestina.
Una Irene que hace un rato le ha manchado de té la chaqueta. Esa mancha sigue allí, todavía húmeda, totalmente presente. Tan presente como la huella interior que ha quedado en él.
Aún le falta otro detalle por descubrir. Un detalle que no se espera. Cuando examina otra vez la portada, pronuncia en voz alta el nombre del libro “ El cuento del corazón errante” de Gloria Poch mientras en su mano izquierda nota la textura de la servilleta en el bolsillo.
Empieza a leer y todavía es más increíble lo que encuentra: él está allí, en el libro, en un local de la calle de la Dagueria tomando un té.


A la Clandestina y a Estel,
por esos buenos momentos
de literatura en su local.

2 comentarios:

  1. Simplemente genial. Felicidades!!

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  2. Llévame a la Clandestina. ¡Qué cuento más precioso! El libro dentro del libro dentro del libro...

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