sábado, 9 de enero de 2010

ESCENA VIII: PAISAJES DE CIUDAD

La percepción y observación de lo que nos rodea alimenta día a día mis paisajes de ciudad. Esos momentos que robo y amplifico en mis historias, en mis microrelatos de sobremesa, que salpican mis noches solitarias de cafés.
Una de esas noches me sumergí en la nocturnidad parisina des de mi Barcelona actual.

"ME DA FUEGO, POR FAVOR"

Todo en aquella mujer era delicado: desde sus zapatos, sus medias negras, su minifalda y su chaqueta tweed, su espectacular melena rubia, su manera de llamar la atención intencionadamente desde la mesa del café. Esa mesa de la esquina, que quedaba franqueada por los espejos, que reflejaban la fachada iluminada del museo d'Orsay.
Quizás una turista más en París, enamorada de la que todos llaman la ciudad de la luz, paseando sus piernas por las calles de l'Ille de Saint Louis y recuperándose de una tarde de visitas en un céntrico café.
Pero desde dónde yo la observaba no me había dado cuenta de que un apuesto parisino, de pelo engominado, traje oscuro impecable y perfil afilado, también había sido arrastrado por su hechizo. En el balcón de su mirada se podía vislumbrar el plan meticuloso que se transformaría en un compleja trampa para acabar siendo cazado por su presa.
Su interés se convirtió minuto a minuto en insistente contemplación planteándose la manera más desinhibida de acercarse.
Tanteó en el bolsillo de su chaqueta el mechero plateado y allí encontró la respuesta que buscaba.
Se levantó sin premura, se giró y se dirigió hacía la mesa de la encantadora turista que ensimismada en las páginas de una revista tocaba su flequillo descuidadamente.
- Pardon, est-ce que vous pouvez me donner feu?
La mujer alzó la mirada sin entender las palabras que había pronunciado aquel hombre ante ella.
El hombre confirmó así su suposición sobre la nacionalidad de la turista y le enseñó el cigarrillo que sostenía entre sus dedos con una sonrisa artificialmente blanqueada que ilumino el teatrillo de su mirada.
La mujer al momento se dio cuenta de la petición que el hombre le había formulado y deposito el bolso encima de la mesa. Aquel artefacto era más que un bolso, se correspondía casi, casi con una maleta que sorprendió al parisino hasta extremos inusitados.
La mujer descorrió la cremallera y empezó a sacar los más inusuales objetos: una esterilla lumbar decorada con flores de colores variopintos, una plancha, un bote de laca Elnet, un libro de 800 páginas forrado con un papel de regalo de tiras, una raqueta de pin-pon, un cactus, un par de brocas, un cepillo eléctrico,una chaqueta de lana...
La mujer quedó paralizada mirando el interior del bolso y después descubrió el arsenal que había desplegado sobre la mesa, levantó la cabeza hacía el hombre que esperaba ante ella y dijo:
- Lo siento, pero no fumo.

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