CIENTO DOCE DÍAS
-Hola, soy Nora, la amiga de Roberto. Si no me equivoco tú debes ser Alexandra, ¿no?. ¿Cómo te encuentras?. Roberto me lo ha explicado todo por teléfono.
- Hola Nora, mucho gusto. Hubiera sido mejor conocerno en otras circunstancias pero chica ... No me siento muy bien. Estoy, no te lo sabría decir. Sólo pienso en que mañana me han de operar. Los nervios no me dejan e intento no pensar. Estoy preocupada por una situación que no puedo cambiar.
- Mujer, ya verás como todo irá bien. Le he dicho a Roberto que te puedes quedar en casa todo el tiempo que necesites, sin ningún compromiso. Mi piso es bastante grande y siempre es fantástico tener cerca a alguien de tu país, aunque yo aquí ya me siento como en casa. Con Roberto trabajamos juntos en proyecto de su empresa, hace muchos años que nos conocemos y mira las vueltas que da la vida, ahora estoy aquí en Barcelona trabajando y viviendo.
- Gracias Nora. Para mí es una alegría tener a alguien en quien pueda confiar tanto o al menos saber que tengo alguien que me apoya. Estoy demasiado lejos de casa.
- Ya me lo supongo. Ahora tengo que salir y tú tienes que descansar, mañana te espera un día muy, muy largo. Volveré a venir a ver hacia el tarde para saber cómo estás. Y como ha ido la operación. Te deseo mucho suerte, todo irá bien. Hasta mañana.
- Y otra vez. Gracias.
Al día siguiente cuando vinieron a buscar para llevarme al quirófano, no quise tomar conciencia de nada.La anestesia me llevó a un sueño tranquilo. Cuando me desperté todo fue diferente. Un dolor intenso me hacía ser consciente de lo que me habían hecho. El shock traumático fue muy importante, sólo verme me puse a llorar, no podía mantenerme serena. No pensaba que me podría volver a recuperar nunca y que aquella parte de mi cuerpo que ya no estaba, no podría sustituirla por nada. Pensaba que nunca me podría volver a mirar ante un espejo y comprender ahora mi imperfección, como sería capaz ahora de poner me ropa ajustada o ir en bañador, como podría ducharse con el resto de la gente a un gimnasio, como podría ahora empezar una relación con un hombre, gustar a un hombre. Como podría a partir de ahora gustarle a mí misma. Vivir conmigo cada día. Pero ver mi cuerpo mutilado no fue la única sorpresa que me depara la tarde.
Por la puerta volvió a entrar el doctor Rosich:
- Buenas tardes señora Zinnerman, todo ha ido muy bien. No hemos podido salvar el pecho, el tumor estaba muy extendido y era muy inconsciente arriesgarse a no cortar todo el tejido afectado. No se preocupe hoy en día los tratamientos post-quirúrgicos son muy avanzados. Lo que si le tengo que decir es que tendrá que hacer una tanda de quimioterapia, tal vez tres meses o cuatro y entonces ya se le podrá dar el alta hasta las revisiones que deberá hacerse anualmente en su país. Hemos estado a tiempo la cosa estaba muy avanzada. De ahí un par de días ya podrá salir del hospital y volver para sacarle los puntos y pedir hora para la primera sesión.
- Muchas gracias por todo, pero esta segunda parte, de esto de hacer quimio no me había dicho nada, ayer no habló que me hubiera de quedar en esta ciudad tres meses.
- Señora, seguimos un protócolo de actuación, es lo que hay dependiendo de cada paciente y cada diagnóstico. Es necesario cumplir el tratamiento. Ahora está en nuestras manos. Descanse.
- No me puede pedir eso, usted quería que me operará para sacarme del riesgo crítico pero no puedo quedarme aquí.
- Se deberá concienciar de la situación, ahora ya está dentro del programa y no puede salir. ¿Ha podido contactar con alguien de su país?
- Por suerte mi ex-marido tiene una amiga trabajando y viviendo en Barcelona y estaré en su casa.
- Pues entonces, no tiene por qué preocuparse, lo que necesita ahora es entender que usted se necesita a usted misma mucho y en las mejores condiciones para superar la enfermedad y hay que olvidarse del resto, se ha de luchar.
Y volvió a salir por la puerta sin despedirse. Cuánto más tiempo pasaba me costaba más asimilar mi enfermedad, asimilar el replantearme los hechos desde otra perspectiva, desde otro ángulo que delimita mi consciente. Ahora lo primordial era mi salud, era yo. Aunque me negara a cada minuto lo que me pasaba. Aunque no reconociera que la afectada, la persona que había en aquel lecho, era yo. Sometida a un estado de sufrimiento continuo, de cuestionamiento de una enfermedad que había llegado sin ninguna carta de presentación.
Recibí una llamada de Enrique donde ya no pude aguantar más y me hundí. A pesar de sus ánimos, por su tono de voz vi que él estaba muy preocupado y me dijo que lo llamara siempre que necesitara hablar con alguien, por cualquier motivo, que sabía que no me falló.
Ya hacia el tarde volvió a comparecer Nora:
- ¿Cómo ha ido todo? Yo no podía más que responder con monosílabos y hacer un puesto de decepción, de resignación, de persona ensorrada y incrédula lo que estaba pasando.
- Hola Nora - no pude contener las lágrimas - no me han podido salvar el pecho y además me han dicho que tendré que hacer quimioterapia tres meses aquí en Barcelona. Era lo peor que me podía pasar - mientras me tapaba la cara con las manos intentando detener mis lágrimas. Ya no podía con aquella situación.
La mujer tampoco sabía que responder.
Nora intentó tranquilizarme:
- Mujer, ahora lo ves todo muy negro pero ten un poco de paciencia, la operación ha ido bien. Si es verdad, yo no puedo sentir lo que te pasa por la cabeza, sobre todo tienes que ser fuerte, tienes que luchar por todo el camino que te queda por hacer, no puedes dejar de mantenerte con la moral alta. Mi atención ahora estaba totalmente centrada en el futuro más cercano.
- No te ha pasado a ti - exploté -perdona no tengo derecho a hablarte así. Tú no me conoces y me estás ayudante, me has ofrecido tu casa. Pero ahora quiero estar sola. Nora se despidió hasta el día siguiente.
Hablar con Enrique y con Roberto, fue aún mucho más difícil.
Enrique no se lo podía creer y yo tampoco tenía ganas de hablar, dije que le llamaría en unos días. Hablar con Roberto y explicarle después de haber compartido trece años de nuestras vidas aquel problema, fue un golpe letal para mí. Ya no dependíamos uno del otro, habíamos decidido separar nuestras vidas, separar nuestros sentimientos, nuestros intereses. Me preguntó si quería que viniera, pero mi crecida autosuficiencia falsa, que maquillaba mi debilidad y la situación en que me veía, me hizo flotar por un momento y le pedí que no viniera, que no podría soportar que me viera así. Sólo le rogué que si todavía tenía un juego de llaves de casa, fuera a dar una vuelta porque no sabía cuanto tiempo tardaría en volver, no quería dejar mi casa desamparada, mi casa que tanto echaba de menos. Roberto me prometió que iría una vez por semana y que nos mantindriamos en contacto. No quise añadir nada más. No supe reaccionar y agradecerle lo que estaba haciendo.
Y ya estaba otra vez en cuerpo y alma a esa habitación, siendo la protagonista de una etapa imborrable de mi vida. Con la más absoluta necesidad de escapar de mí misma. Dos días después salí del hospital acompañada de la Nora. Vivía bastante cerca del hospital aunque yo le pedí si podíamos coger un taxi, no me veía capaz de enfrentarme a la gente. La habitación que me había preparado tenía una ventana que daba a un parque interior de la manzana de casas pero no pusé mucha atención. Una mesa y una estantería con libros al lado de la cama completaba un espacio relajante y alegre. Nora se había encargado de recoger mis cosas del hotel. Me senté encima de la cama y ya no tuve ganas de hacer nada más. Una vez por semana debería volver al hospital a hacer la sesión de quimio. Me dijeron que seguramente perdería el cabello y que me encontraría cansada, tendría náuseas pero eso no era lo peor. Lo peor era no poder volver a casa, sentirme lejos de Montevideo, lejos de todo aquello que me era familiar, cercano. Nora hacía todo lo posible para que me sintiera bien, para que estuviera bien acogida. Recuerdo muy bien aquellos días de lucha constante contra mí, contra yo misma, contra aquella situación que crecía y crecía dentro de mí, como si quisiera invadir y causar un retorno inconcreto, un retorno a la nada, en la primera parte de mi historia, redescubrirme para poder acercarme de esta manera a mi ciudad, a mi vida que había dejado abandonada, a mi soledad de Montevideo. No quería aún comprender lo que me retenía a esta ciudad, lo que me hacía vulnerable, lo que corría por mi cuerpo sin darme la oportunidad de salvarme sin toda aquella cantidad de sustancias tóxicas que circulaban por mis venas, por mi torrente sanguíneo, por mi invariable cuerpo.
Pasaban los días, no quería reconocer los aspectos físicos que estaban cambiando: la caída del cabello, aquella siempre sensación de cansancio injustificada que me postraba en el sofá de casa Nora las horas siguientes de la quimio y el poco tiempo de reaccionar, de concentrar todas mis fuerzas. Yo ya sabía antes de conocerla ,que Nora trabajaba en un centro de niños deficientes, poco momentos después de verla recordé el reportaje de la revista del avión, sus palabras. Era una mujer habladora, cuando llegaba a casa intentaba animarme cuando me veía derrotada en el sofá. Sabía, a pesar de conocerme poco, que para mí estaba siendo muy difícil y lo que no llegaba a entender es que no aceptas mi enfermedad, que no aceptará que no todo es blanco o negro y que lo único que me quedaba ahora no era esperar la muerte a aquel sofá, en ese espacio, entre aquellas cuatro paredes en que me había decidido ocultar de mi propia vida. Nora volvía a casa tarde y siempre me encontraba en el lugar donde me había dejado por la mañana. Yo no colaboraba demasiado por no decir nada a las tareas de la casa y tampoco ponía ninguna voluntad. Un egoísmo enmascarado de miedo me hacía actuar así ante aquella persona que me había acogido en su casa, sin pedir nada, sin pensárselo.
Hasta que un día Nora actuó:
- ¿Piensas pasarte el resto de tu vida pegada en este sofá?. No quisiera ser cruel y entiendo que tu situación es delicada pero no ves que tienes a tu alrededor todo un mundo que sigue girando y que te haría bien. Como puede ser que hayas abandonado todo lo que te interesa, incluso tu trabajo y te decantes por mantenerse en esta postura de mobiliario de comedor. De verdad, no tengo ningún derecho a ponerte contra la espada y la pared pero no puedo ver cómo tiras por la borda esta experiencia. Creía que eras una persona vitalista, Roberto siempre me hablaba de ti como una mujer fuerte y luchadora.
- Ya no recuerdo a esta mujer - le contesté y seguí sentada en el sofá.
Las conversaciones telefónicas con Enrique y Roberto alimentaban mi inquietud por marcharme mientras que los médicos me decían que tenía que acabar el tratamiento. Un pájaro enjaulado, un pensamiento inseguro en un cuerpo enfermo, un espacio cerrado.
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